Una mañana lluviosa, mientras Zachary reparaba la malla de la pajarera, Daisy se apretó contra sus botas, temblando. Una tormenta sacudía el cielo y los relámpagos crepitaban. Otros animales chillaron. Pero Daisy permaneció en silencio, aferrada a él. Fue entonces cuando Zachary se dio cuenta de que ella confiaba más en él que en el mundo más allá de la valla.
Poco a poco, Daisy se convirtió en parte de su vida. La mascota que le había elegido. Le hizo un pequeño lugar en sus modestas dependencias, asegurándose de que ya no tuviera que vagar por las calles. Poco a poco fue engordando y su pelaje se volvió brillante. Daisy se convirtió en su fiel compañera.