Cuando la luz de la mañana se extendió por el zoo, los cuidadores encontraron a Daisy descansando fuera del recinto, los tigres apretados contra los barrotes como si no quisieran separarse. Esta vez la separación no fue dramática. Fue suave e inevitable, como el cierre de un capítulo escrito hace mucho tiempo.
Al cabo de unas semanas, las fuerzas de Daisy disminuyeron definitivamente. Una noche, se acostó y no volvió a levantarse. Zachary se arrodilló a su lado, con las mejillas bañadas en lágrimas, pero el rostro de Daisy estaba tranquilo. Era como si hubiera estado esperando, aguantando hasta poder ver a sus hijos una vez más, y luego dejándolos ir.