El corazón de Zachary latía con fuerza. Todos sus instintos gritaban desastre. El tigre bajó el cuerpo, los músculos enroscados, las mandíbulas abiertas. El personal levantó los rifles y apretó los gatillos. Zachary gritó: «¡No disparen!» Su voz se quebró, entre la autoridad y la súplica. La escena quedó suspendida: el perro, el tigre y los humanos congelados en un cuadro imposible.
Entonces, lo imposible se desató. El tigre emitió un sonido grave y retumbante, que no era ni un rugido ni un gruñido, sino algo más profundo. Daisy movió la cola y se acercó, moviendo la nariz. El enorme felino bajó la cabeza y apretó el hocico contra su costado. Los rifles vacilaron. Alguien detrás de Zachary sollozó.