Uno de los enormes tigres merodeaba suelto por el pasillo, con los músculos agitados y los ojos desorbitados por la confusión. El personal se apresuró, con los rifles tranquilizantes temblando en sus manos. El director ladró órdenes. A Zachary se le apretó el pecho de terror, no por sí mismo, sino por lo que esto significaría. Un movimiento en falso y los animales no sobrevivirían.
Antes de que pudiera reaccionar, un ladrido dividió el estruendo. Daisy, más lenta con la edad pero aún feroz, se había escapado de su perrera. Apareció trotando, con la cola tiesa y las orejas erguidas, ignorando el grito desesperado de Zachary. Los jadeos recorrieron al personal mientras ella se acercaba al tigre suelto.