Zachary recorrió el zoo antes del amanecer, con el mundo aún medio dormido. Prefería esas horas, cuando las jaulas se silenciaban con el aliento de los animales en reposo. Siempre se sintió responsable de la comodidad de cada recluso. Una de esas mañanas, un susurro cerca de los cubos de basura le sobresaltó. Era una criatura pequeña, enjuta y viva.
Al principio pensó que era un mapache. Pero entonces vio un par de ojos ámbar levantados, vacilantes pero desafiantes. Era un perro, delgado, con las costillas a la vista y el pelo enmarañado. Un perro callejero. Se quedó inmóvil, esperando que gritara o lanzara algo. En lugar de eso, Zachary se agachó y le tendió una mano enguantada. Ella no corrió. Le sorprendió que confiara tanto en él.