El director exigió planes de contingencia. Recintos reforzados. Protocolos de emergencia. El pulso de Zachary rugía en sus oídos y la imagen de Daisy destellaba en su mente: su confianza, su cuidado inquebrantable. Se juró en voz baja que lucharía hasta el final por ella.
Daisy era ajena a todo el ruido. Acogía a los cachorros con paciencia y los acurrucaba cerca de ella cuando se hacía de noche. Zachary a veces se quedaba más allá del final de su turno, agazapado más allá de la barrera, observando a la milagrosa familia. Se sentía a la vez guardián y prisionero: confiado a un milagro, encadenado a su inminente fragilidad.