Bella tampoco dejaba de escuchar. En los paseos tiraba hacia la leonera, aguzando el oído a cada rugido. Ethan siempre tiraba de ella, susurrando disculpas. Sus ojos permanecían mucho tiempo fijos en el lugar donde esperaban sus hijos.
La tormenta estalló sin previo aviso, un muro de viento y agua azotó el zoo hasta que las alarmas chirriaron por todo el recinto. Las ramas chasqueaban contra las vallas, las luces parpadeaban y el aire olía a ozono. Ethan corrió de un recinto a otro con el corazón palpitante.