Ethan apretó la mandíbula, reacio a ceder pero incapaz de acallar el eco de sus palabras. Por la noche, permaneció junto a la guardería, observando a Bella acurrucada alrededor de los cachorros, con sus pelajes dorados apretados contra su pelaje oscuro. Sabía lo que los demás no podían ver: que estaba ocurriendo algo extraordinario, algo que merecía la pena proteger.
Pero también sabía que el tiempo corría. La naturaleza era paciente, pero no indulgente. El director le llamó poco después. Tenía la voz entrecortada, como de negocios. «Ha durado demasiado. Un accidente, un titular, y este zoo se derrumba. Hay que separarlos» A Ethan se le hizo un nudo en la garganta. «Sólo un poco más», dijo. Pero el director negó con la cabeza.