Ethan se sentó en un rincón, con el cuaderno olvidado y el corazón henchido de asombro. Sabía lo que dirían los demás. Que era peligroso. Que los perros y los leones no se llevaban bien. Que el instinto, tarde o temprano, enseñaría los dientes. Y puede que tuvieran razón. Pero en ese momento, viendo a los cachorros arrastrarse por la espalda de Bella mientras ella soportaba sus torpes payasadas con pacientes suspiros, a Ethan no le importaba.
Se corrió la voz rápidamente. El personal que antes murmuraba sobre el protocolo ahora se quedaba en las ventanas de la guardería, atraído por una curiosidad que no podía negar. Algunos negaban con la cabeza, murmurando sobre pleitos inminentes. Otros se acercaban con los ojos muy abiertos, como si fueran testigos de algo sagrado.