Bella hizo de la guardería su hogar. Velaba junto a los cachorros, agitaba las orejas ante sus gritos y golpeaba débilmente la cola cuando Ethan entraba en la habitación. No era una leona, pero tenía algo igual de poderoso: paciencia, calidez y un instinto que Ethan no habría podido forzar aunque lo hubiera intentado. Otros guardianes murmuraban sobre lo que estaba haciendo. Algunos lo llamaban imprudente.
Otros se acercaban a la ventana a altas horas de la noche y observaban con asombro cómo el perro se acurrucaba junto a los cachorros, como un guardián silencioso. Ethan no discutía con ninguno de ellos. Sólo siguió apareciendo, con Bella a su lado, decidido a dar una oportunidad a los cachorros. La cuarta noche, cuando una tormenta cortó la electricidad durante media hora, las alarmas chirriaron al tambalearse la cama caliente.