Por fin, el trabajador extendió la mano y el haz de la linterna se clavó en el fardo. El perro gruñó, pero no atacó. Con cuidado práctico, pellizcó el borde de la manta, levantando lentamente, centímetro a centímetro, hasta que la forma oculta empezó a emerger.
Los pulmones de Tina ardían por el aire retenido. Sus ojos se esforzaban en la penumbra y el corazón le golpeaba las costillas. La manta se descorrió, las sombras se desplazaron y la verdad por fin salió a la superficie. Lo que había debajo estaba a punto de cambiar todo lo que ella creía saber.