Tina se apretó las sienes con las palmas de las manos, luchando contra el impulso de precipitarse. Quería arrancar la manta, acabar con el tormento de no saber. Pero el miedo la inmovilizaba, mientras resonaba la advertencia del despachador: no interfieras, no empeores las cosas.
Los minutos se hicieron horas. El aire del atardecer se enfriaba y un escalofrío rozaba sus brazos, amplificando la urgencia. Si había un bebé dentro, podía estar sufriendo hipotermia. Se arrebujó más en el abrigo, como si quisiera proteger del frío a la pequeña e indefensa criatura.