Terminó la llamada y empezó a caminar por el arcén, con la grava crujiendo bajo sus zapatos. Cada pocos segundos miraba hacia la zanja, con los nervios a flor de piel. Sus pensamientos se enredaban en los peores escenarios, cada uno más oscuro que el anterior, cada uno arañándole con más fuerza el pecho.
El perro soltó un gemido bajo y entrecortado, y el sonido destrozó la compostura de Tina. Se movió inquieto, dando una vuelta antes de volver a acomodarse sobre la manta. Su lenguaje corporal oscilaba entre la agresividad y la desesperación, desgarrado por el peso de lo que guardaba.