Lentamente, extendió la mano. El perro reaccionó al instante, chasqueando los dientes a escasos centímetros de sus dedos. Tina chilló y se echó hacia atrás. Pero aun así, no abandonó la manta. Plantó sus patas con más firmeza, su cuerpo se curvó más cerca, su gruñido vibró como una barrera viviente.
Su pecho se agitó, el pánico le arañó las costillas. No podía deshacerse de las imágenes que se formaban. Revivió las historias que había leído sobre bebés abandonados en callejones y niños abandonados en las puertas. ¿Podría ser ésta una de esas pesadillas? ¿Una vida abandonada a su suerte? Su corazón latía dolorosamente.