A Tina se le aceleró el pulso y el aire se le atascó en la garganta. Sólo podía pensar en un bebé. Abandonado aquí, abandonado a su suerte, custodiado únicamente por aquel perro desesperado. Su mente racional luchaba contra ese pensamiento, pero sus sentidos le gritaban lo contrario. El tamaño, la forma, los débiles ruidos, todo se alineaba con escalofriante claridad.
Le flaquearon las rodillas. Cerró el coche y avanzó tambaleándose. A pesar de sus intenciones anteriores, ya no podía permanecer indiferente. Ya no podía elegir. Si aquel bulto contenía lo que ella creía, unos segundos podían significar la diferencia entre la vida y la muerte.