Hacia el final del segundo año, algo cambió en él. Se volvió distante, no enojado, no cruel, sólo ausente. Su tacto se volvió cortés. Las conversaciones eran superficiales. Empezó a pasar más horas en el trabajo, o a sentarse en el garaje con el pretexto de arreglar cosas que no necesitaban arreglo.
Ella sabía lo que significaba sin necesidad de que él se lo dijera. Él quería una familia y ella no podía dársela. Una vez lo sorprendió de pie en la habitación del bebé a medio pintar, mirando la cuna vacía que nunca habían usado.