Emily solía pensar que el amor era inquebrantable una vez puesto a prueba. Eso creía de su matrimonio, que ninguna decepción, ningún silencio, ninguna lenta erosión de la esperanza podría deshacer lo que ella y James habían construido. Durante años, esa creencia la había mantenido firme. Incluso cuando la casa empezó a parecer demasiado silenciosa. Incluso cuando los resultados de las pruebas seguían diciendo que esta vez no.
Llevaban tres años intentándolo. Cada mes era un círculo más en el calendario, otro latido de esperanza que acababa en derrota silenciosa. A veces lloraba, pero nunca delante de él. A James no le gustaba hablar de lo que le dolía. Se limitaba a cogerla de la mano, decirle «la próxima vez» y mirar la televisión.