Aquella noche, Elise no pudo deshacerse de la imagen de las manos de la chica, tan jóvenes, pero ya cargadas con la cuidadosa contención de alguien que había aprendido a medir cada palabra. Escribió un recordatorio para hacer un seguimiento discreto, aunque Olivia insistiera en que todo iba bien.
Días después, Olivia regresó con un pequeño ramo de lirios y margaritas. «Sólo para darle las gracias», dijo, con las mejillas sonrosadas. Elise rió por lo bajo, conmovida por el gesto pero incómoda por la formalidad del mismo.