Elise se encontró escuchando más que aconsejando. El vínculo que había comenzado con su temor por la joven evolucionó hacia algo más amable. Eran dos mujeres, divididas por los años, pero unidas por el cansancio y por secretos que ninguna de las dos podía nombrar del todo.
Una tarde, mientras Olivia ajustaba la manta del bebé, Elise preguntó con cuidado: «¿Estás a salvo, cariño?» Las palabras flotaban pesadas en el aire estéril. Las manos de Olivia se congelaron antes de exhalar. «Daniel es… intenso», dijo lentamente. «Lo planea todo. Incluso quería ponerle nombre. Pero ella es mi Esperanza»