Hacía exactamente un año que Emily estaba en el borde del cementerio, sintiendo el peso de la tierra sobre la tumba de su marido. Un año desde que se despidió del hombre con el que creía que pasaría el resto de su vida. Pero la vida, como siempre, seguía su curso. El mundo exterior no se había detenido por su dolor.
Miró su reflejo en el espejo del camarote mientras el crucero se adentraba en mar abierto. El horizonte se extendía sin fin, el sol se reflejaba en cálidos dorados sobre las olas. Pero lo que la miraba no era la misma mujer que solía reír sin preocupaciones. Era alguien vacío, alguien que sobrevivía gracias a la rutina.