Pero últimamente, habían estado hablando de intentar algo diferente. No imprudentemente. No para demostrar nada. Sólo para ver qué se sentía al confiar sólo en sus cuerpos y en su juicio, sin metales ni cuerdas entre ellos y la caída.
Se entrenaron para ello: fines de semana en el gimnasio, madrugadas en rutas al aire libre, practicando el movimiento y el equilibrio, aprendiendo cómo respondían sus cuerpos cuando no había nada a lo que agarrarse. Sus conversaciones pasaron de cómo colocar la protección a cómo leer la roca, cómo moverse deliberadamente, cómo reconocer cuándo el miedo era útil y cuándo no.