Pasaron los días y el vínculo se estrechó. El corazón de Elise se hinchaba con cada torpe salto, con cada suave beso. Sin embargo, la inquietud invadía cada momento de ternura. Sus ojos parecían demasiado cómplices, sus patas demasiado grandes, su hambre demasiado fuerte. Algo dentro de ella comprendió que había invitado a su casa a algo más que un gatito.
Sombra se adaptó rápidamente, reclamando rincones de la casa como si fueran tronos. Elise observó al gatito explorar estanterías y armarios, sin miedo a las alturas. A veces juraba que entendía sus palabras, que se detenía y parpadeaba ante las preguntas como si considerara las respuestas. Los gatos corrientes no se comportaban así, pero Sombra no era corriente.