Esa noche, el pueblo convocó una reunión de emergencia. La gente de los alrededores ya no podía ignorar los gruñidos y los suaves rugidos. Los agentes de protección de la naturaleza prometieron actuar. Elise permaneció en silencio entre la multitud, con el corazón palpitante. Cuando la palabra «pantera» salía de los labios de alguien, se le cortaba la respiración. El secreto se había convertido en un temor común.
Al amanecer, descubrió el cobertizo vacío. La sombra había huido por fin. El pánico le atenazó la garganta. Huellas de barro se adentraban en el bosque, anchas como la palma de su mano. Agarró un abrigo y susurró su nombre al aire. Desde atrás, la voz de un vecino la desconcentró: «¿Has visto a Theo? Ha desaparecido» Elise se quedó paralizada.