Se corrió la voz rápidamente: alguien juraba que merodeaba un «monstruo». Los rumores se multiplicaron, alimentados por el miedo. Elise sonrió débilmente a los vecinos, pero la inquietud se extendió como un reguero de pólvora. Algunos hablaban de organizar cacerías, otros exigían trampas. Elise se dio cuenta de que su mayor temor no era el peligro que corría Sombra, sino que el mundo lo descubriera y se lo llevara.
Por la noche, el bosque bullía de grupos de búsqueda, con linternas que atravesaban la oscuridad. Elise observaba desde su ventana cómo los haces se entrecruzaban entre los árboles. Sombra permanecía cerca de ella, inquieta pero obediente. Le susurró: «Quédate conmigo, quédate», aunque cada palabra parecía más una súplica que una orden.