Una mañana, los arañazos de su brazo se convirtieron en verdugones después de un manotazo juguetón. Se los vendó en silencio, negándose a ir al médico. ¿Cómo podía explicar las heridas provocadas por unas garras que ningún gatito debería tener? Se bajó las mangas para ocultar el peligroso secreto que albergaba.
Sin embargo, el vínculo entre ellos se hizo más profundo. Sombra se acurrucaba a sus pies mientras ella trabajaba y la seguía con silenciosa devoción. Se decía a sí misma que era una familia, no un peligro. Sin embargo, cada crujido de las tablas del suelo, cada llamada a la puerta, se sentía como una amenaza para el frágil mundo que había construido.