Minutos después, Orión volvió a salir, esta vez cargando lo que parecía un juguete infantil: un pequeño caballo de madera al que le faltaba la cola. A Eliza se le subió la bilis a la garganta. Un temor escalofriante le decía que aquellos objetos no eran simples baratijas perdidas; eran ecos del pasado de una familia, tal vez de un niño asustado.
Cuando Eliza volvió al museo con el juguete, la Dra. Ellis encontró una fecha casi invisible rayada en la parte inferior: 1940. «Sin duda, alguien escondió estos objetos», reflexionó la conservadora. «O tal vez un niño los escondió durante un ataque aéreo»