A los pocos días, Lola empezó a recuperar fuerzas. Pedro construyó una acogedora caseta para perros al aire libre justo fuera de su casa, forrada con mantas viejas y un techo para mantenerlos secos. La adoptó para siempre, demasiado asustado para dejarla marchar. Por fin, ella y sus cachorros estaban en casa.
Hoy en día, Lola sigue yendo al trabajo con Pedro en el asiento delantero de su camioneta, con la cabeza fuera de la ventanilla y las orejas agitándose al viento. Seguía siendo la estrella de la tienda, la atracción principal. Sólo que ahora no necesitaba llevar una hoja para ganarse la comida.