Su luz captó algo y se detuvo a medio paso. Encima del viejo cobertizo, un enorme nido se extendía por el techo caído: una fortaleza desordenada de ramas, paja y ramitas rotas. Parecía antiguo, como si la propia madera lo hubiera originado. A Samantha se le quebró la voz. «Alex», susurró señalando. «Allí»
Se acercaron juntos, con los ojos fijos en el tejado. El cobertizo gimió bajo el peso, pero aguantó. Sin vacilar, Alex dio un paso adelante, escudriñando las paredes en busca de algo que pudiera servir para trepar. Samantha se quedó atrás, casi sin respirar, con el pulso rugiéndole en los oídos mientras la expectación se apoderaba de ella.