Un águila se lleva a su conejito del jardín – ¡Lo que descubren los vecinos te dejará alucinado!

Su cuerpo se paralizó. Su cerebro se esforzaba por procesar lo que estaba viendo, pero su pecho ya lo sabía. Los brazos le temblaban y las piernas apenas la sostenían. Sin pensarlo, las lágrimas corrieron por sus mejillas. Un sonido desgarrado escapó de sus labios, entre un sollozo y un grito.

Alex apareció a su lado en un instante, con expresión tensa y preocupada. «No te muevas», le dijo, tranquilo pero firme. Samantha no habría podido ni intentarlo. Se quedó inmóvil, mirando cómo él se dirigía con cuidado por la zanja poco profunda hacia la pequeña figura inmóvil que descansaba en el suelo.