Una voz detrás de ella refunfuñó: «Esto es una locura» Otra añadió: «Esto no tiene sentido, ese conejo ya debe estar muerto» Las palabras cayeron como puñetazos. Samantha no respondió, no podía. Mordió con fuerza, tragándose el aguijón de la angustia. Aun así, siguió adelante, decidida a no dejar que sus dudas la frenaran.
Poco a poco, la gente se fue retirando. En silencio, las dos voluntarias desaparecieron en la niebla, regresando. Cuando Samantha miró hacia delante, no había nadie a su lado, excepto Alex. Aun así, siguió adelante, con las piernas doloridas y los pulmones ardiendo. No podía rendirse. No cuando Pablo aún la necesitaba. No sin cerrar el caso.