Carol pasó el fin de semana en un inquieto silencio, repitiendo las palabras de su hija. El nombre no se le iba de la cabeza. Lo susurraba mientras fregaba los platos, doblaba la ropa e incluso mientras miraba la televisión. Se aferraba como el humo. La esperanza a la que se había aferrado ya se estaba desvaneciendo.
El lunes por la mañana, Diane llegó a la escuela arrastrando los pies y murmurando quejas. Carol le besó la frente y le susurró: «Inténtalo hoy. Por mí» Diane se encogió de hombros y se marchó con los auriculares puestos. Carol se quedó en la acera, observando hasta que su figura desapareció, con el corazón hecho un nudo de inquietud.