«Siéntese, por favor», dijo la voz, mesurada, tranquila, deliberada. A Carol casi se le doblaron las rodillas al oírla. Acomodó a Diane en una silla y bajó lentamente. Sólo la voz traía recuerdos: pasillos llenos de susurros, risas que no eran risas y la cadencia inconfundible de una chica que conoció.
La directora levantó la vista. Su mirada recorrió a Diane y luego se fijó en Carol. El reconocimiento fue instantáneo, tácito pero abrasador. A Carol le retumbó el pulso. Mantuvo el rostro neutro, pero el peso de aquellos ojos la presionaba con más fuerza a cada segundo. Su pasado volvía a estar vivo, sentado frente a ella.