A través del cristal esmerilado, Carol oía voces apagadas. Personal pasando expedientes, pasos sobre la alfombra, el roce de una silla. Cada sonido agudizaba sus nervios. Echó un vistazo a la figura borrosa que se movía en el interior. La familiaridad se apoderó de ella, feroz e innegable, aunque aún no sabía por qué se le oprimía tanto el pecho.
Diane, impaciente, resopló en voz alta. «Esto es ridículo. Ella dirá que soy una maleducada y tú dirás que mejoraré. Lo mismo de siempre» Sonrió ante su propio sarcasmo, pero Carol la hizo callar bruscamente. No estaba nerviosa por el sermón. Eran por la persona que había detrás de la puerta y por la historia que intentaba resurgir.