La madre se quedó helada cuando la puerta del despacho se cerró tras ella. Al otro lado de la mesa, el nuevo director permanecía inmóvil, con los papeles bien apilados y la mirada fija con una calma inquietante. Algo en aquella mirada le revolvió el estómago. Había esperado autoridad, incluso hostilidad, pero no ese reconocimiento silencioso y penetrante.
Toda una vida de aulas olvidadas y errores enterrados parecieron surgir de golpe. Su hija se movió a su lado, inquieta e inconsciente, mientras el aire entre los dos adultos se espesaba con una historia no hablada. Las palmas de las manos de la madre se humedecieron. Conocía ese rostro. Y si estaba en lo cierto, todo estaba a punto de derrumbarse.
El director se inclinó hacia delante, con voz mesurada pero afilada. «Ya nos conocemos» Las palabras fueron pronunciadas con frialdad, casi cordialmente, pero sonaron como un veredicto. La madre forzó una sonrisa, ensayada, quebradiza. Esperaba que el pasado nunca resurgiera. Se equivocaba..