Cuando sus padres los visitaron para cenar semanas después, el ambiente estaba ligeramente alterado. Eleanor la saludó con mesurada calidez, ofreciéndose incluso a ayudarla a poner la mesa. «He oído que has estado muy ocupada», dijo. «El trabajo debe de ser exigente» Mia sonrió. «Es gratificante»
Aquella noche, de vuelta en casa, releyó el correo electrónico original de la cancelación que seguía guardado en su bandeja de entrada. Ya no le dolía; sólo marcaba dónde empezaba la historia. Lo borró, sonrió y cerró el portátil. La guerra había terminado. Había ganado.