Daniel escuchó, atónito. «¿Quieres decir que mi madre ha montado todo esto?», preguntó, dolido e incrédulo. Mia no respondió con una acusación; mostró transcripciones y marcas de tiempo. Sostuvo las pruebas en sus manos como un espejo que reflejaba a su madre con una claridad que él no deseaba. Su rostro era pequeño y preocupado.
En las semanas posteriores a la boda, Mia siguió trabajando. Su vida profesional siguió adelante. Dedicó las tardes a hacer presentaciones y modelos financieros. Era el tipo de trabajo constante que recompensaba la paciencia y el detalle, y también las cualidades que el partido Whitmore había subestimado.