Cuando Mia conoció a los padres de Daniel por primera vez, llevaba puesto su mejor vestido azul marino y una caja de bombones hechos a mano. Su madre, Eleanor, la saludó con una sonrisa que no le llegaba a los ojos. «No tenías que traer nada, querida», le dijo, cogiendo la caja de todos modos.
La cena de esa noche fueron cumplidos envueltos en comparaciones. «Tienes mucho aplomo para ser de un pueblo pequeño», comentó Eleanor, como si el origen de Mia fuera un obstáculo que hubiera superado admirablemente. Daniel se rió nerviosamente, tratando de suavizar la tensión, pero Mia podía sentir el escrutinio detrás de cada sorbo de vino y asentimiento cortés.