La ceremonia comenzó con un desliz. Cuando Mia cogió la mano de Daniel, la música del pianista se silenció: se había ido la luz. Un murmullo recorrió la capilla. Las velas parpadeaban. Alguien buscó un generador. Mia sintió que el mundo se inclinaba. No estaba asustada, pero tenía esa vieja sensación: este era el tipo de cosas que te ponen a prueba.
Los invitados se agolparon en el pasillo, con los teléfonos brillando como pequeñas estrellas. El oficiante sonrió con demasiada fuerza y bromeó sobre las bodas modernas. Daniel apretó la mano de Mia, con voz firme. «Seguiremos adelante» Detrás de él, el rostro de Eleanor era ilegible: una suave preocupación practicada con la habilidad de alguien acostumbrado a gestionar crisis a distancia.
Tras un pequeño silencio, el músico encontró un altavoz a pilas y se reanudaron los votos. El vestido de Mia rozó el pasillo al caminar. Todos los ojos estaban puestos en ellos, el momento era frágil y brillante a la vez. Cuando volvió la luz a mitad de la ceremonia, los aplausos se sintieron extrañamente retrasados, como si todos hubieran esperado a ver si el día sobreviviría a la primera sacudida..