Su legado no fue sólo el relato de una anomalía, sino un testimonio de la perdurable resistencia de la humanidad. Rohan Agarwal, antaño un simple agricultor, era ahora un faro de esperanza y resistencia.
Mientras el sol se ocultaba en el horizonte, proyectando largas sombras sobre los campos, Rohan permaneció en silencio. Su vida no había sido fácil, pero había sido exclusivamente suya. Cada desafío le había dado forma, convirtiéndole en un hombre fuerte y resistente. Llevaba sus cicatrices no como marcas de un pasado problemático, sino como símbolos de supervivencia, cada una de las cuales contaba una historia de penurias, resistencia y, sobre todo, una perdurable voluntad de vivir.