Rohan descubrió que la fama era un arma de doble filo. Aunque le ofrecía reconocimiento y empatía, también dejaba al descubierto la superficialidad de las actitudes de la gente. Las mismas personas que antes se habían reído de él ahora se acercaban disculpándose. Sin embargo, en lugar de buscar venganza, Rohan optó por perdonar.
Utilizó su posición única no para castigar, sino para educar. Era un testimonio viviente de la antigua sabiduría de que las apariencias engañan, de que las complejidades de la vida a menudo son mucho más profundas de lo que uno puede ver.