Era pequeña, pero no diminuta; tenía el pelaje pegado en mechones empapados, tan cubierto de lodo que parecía negro como el alquitrán. Un destello de dientes blancos apareció mientras intentaba roer la red y luego desapareció en un aullido lastimero.
Una oleada de ira la invadió: contra quienquiera que hubiera arrojado los residuos, contra sí misma por dudar del lobo, contra el mundo por permitir que las criaturas sufrieran sin ser vistas. Buscó algo punzante en el suelo.