Noemi lo seguía a paso más lento, con las botas pegadas a la arena aceitosa. Estuvo a punto de torcerse el tobillo con una caja volcada, pero se recuperó con una respiración agitada. El lobo se detuvo hasta que ella se estabilizó y siguió adelante hacia una maraña de red de pesca verde que cubría una figura que se debatía debajo.
Lo que estuviera atrapado estaba cubierto de una espesa sustancia viscosa negra que rezumaba de un tambor agrietado cercano. Volvió a oírse un gemido alto, tembloroso y desesperado. Noemi se acercó, pero seguía sin poder distinguir qué era aquella criatura.