Aprovechó ese segundo para arrodillarse lentamente, bajando su altura para parecer menos amenazadora. El viento salado le picó en las rodillas a través de los vaqueros, pero permaneció agachada, con los brazos aún levantados en señal de rendición. «¿Ves? Está bien» El lobo parpadeó una vez y giró la cabeza hacia el extremo más vacío de la playa.
Dio unos pasos, se detuvo y volvió a mirarla, con las orejas erguidas, como si quisiera saber si lo seguiría. Cuando ella no se movió, repitió la secuencia: unos pasos más, otra mirada hacia atrás y un leve quejido.