Los bañistas ven cientos de huevos misteriosos en la orilla y se quedan boquiabiertos

Apaga el motor. La súbita calma sólo se vio interrumpida por el suave golpeteo del agua contra el casco. Enganchó una lombriz que se retorcía y sintió su textura familiar al cebar el sedal. Antes de lanzar, hizo una pausa para respirar el aire y el silencio.

Oteó el horizonte una vez más -una vieja costumbre- y se dispuso a pescar. Arthur lanzó el sedal y observó cómo se asentaba la bobina. Exhaló lentamente, dejando que el silencio lo envolviera. Pero entonces, algo en el rabillo del ojo desvió su atención.