Más allá de las dunas se había levantado una gran tienda, blanca y zumbante con generadores. Dentro hacía más frío. Estéril. Una fila de sillas plegables se alineaba en una pared. Unos pocos empleados con batas de laboratorio y trajes limpios se movían entre mesas y contenedores sellados.
Y en una plataforma elevada, bajo una suave luz azul, se encontraba uno de los huevos intactos. Cerca de él, una mujer con bata blanca ajustaba un monitor y se volvió hacia Arthur. «¿Eres el pescador?», preguntó. «¿El que tocó el huevo?