Arthur retrocedió y soltó un grito ahogado. El líquido era espeso como el aceite de motor usado, pero con un brillo cobrizo y un ligero olor metálico y salobre. Se le pegaba a la piel en gruesas gotas que se negaban a escurrirse con el rocío del mar. Se miró las manos con el corazón palpitante.
Se apartó de la cosa, tropezando ligeramente mientras buscaba a tientas el cable del motor. Tiró con fuerza. El motor tosió, chisporroteó y luego rugió. No miró atrás. Fuera lo que fuera aquello, no quería saber nada más de él.