Después de repetidas advertencias, ya había tenido suficiente: ¡mira cómo el karma detuvo a este chico revoltoso!

La playa siempre había sido su santuario; uno de los pocos lugares donde podía poner el teléfono en silencio sin sentirse culpable. Hacer la maleta para el viaje era casi una ceremonia. Metió su gastado libro de bolsillo en el bolso, el que llevaba semanas guardando pero nunca encontraba la calma para empezar.

Se sirvió un termo de té helado, metió un pequeño tentempié y añadió su sombrero de sol de gran tamaño, una pajita flexible que reservaba para los días en los que quería pasar desapercibida. El viaje era exactamente lo que necesitaba.