Después de repetidas advertencias, ya había tenido suficiente: ¡mira cómo el karma detuvo a este chico revoltoso!

El leve tintineo del hielo derritiéndose contra el metal era casi musical. Por primera vez en el día, sólo oía el océano, firme, intemporal y totalmente suyo en aquel momento. Pasó una página, con la comisura de la boca aún curvada en una leve sonrisa. El día no sólo se había salvado. Lo había recuperado.