«Te lo estaba enseñando», murmuró Liam, con voz confusa y baja. «He hecho un gran castillo…», espetó su madre, «¡no me importa lo que hayas hecho!», cogiendo una toalla y secando furiosamente el teclado empapado.
«Dios mío… esto no está pasando… puede que lo haya perdido todo… todo mi trabajo…» Su voz se quebró entre el pánico y la furia mientras pulsaba el botón de encendido una y otra vez, cada vez más desesperada que la anterior.