Claire parpadeó, desconcertada. «Sólo le decía que tuviera cuidado», respondió, manteniendo el tono. «Me pidió que le prestara el cubo y se lo dejé. Eso es todo» Los labios de la madre se apretaron en una fina línea. «Si tienes algún problema, habla conmigo, no con él», le espetó, mientras sus gafas de sol reflejaban el resplandor del sol como un escudo.
A su alrededor, el aire cambió. Las conversaciones se acallaron. Claire volvió a sentir las miradas; algunas de curiosidad, otras de lástima, algunas con esa mirada apenas disimulada de «aquí vamos». Los adolescentes de antes se sentaron más erguidos para mirar, y una pareja dos toallas más allá intercambiaron miradas como espectadores que se preparan para la siguiente ronda.